domingo, 17 de abril de 2016

EL DERECHO A PARTICIPAR EN LA VIDA CULTURAL

Por Maira Hinojosa __________________________________________________________________________________ Publicado en la Revista Frontera Libre __________________________________________________________________________________ En torno a este tema, se han suscitado sinnúmero de debates, especialmente en el ámbito internacional, apoyados en la normatividad emergente de la última mitad del siglo pasado y ésta primera década del siglo XXI, en materia de derechos humanos; y el reconocimiento de determinados derechos culturales, a partir de su inserción en el derecho nacional. La regulación de los derechos de la creación artística y del patrimonio cultural, los derechos de las minorías y también de los pueblos indígenas, los de más reciente reconocimiento; han posibilitado el ejercicio del derecho a la cultura; de suerte los instrumentos normativos internacionales, han colegido, su inclusión en los derechos nacionales. La Constitución Política de 1991, plantea en el Artículo 70, “El deber del Estado de promover y fomentar el acceso a la cultura de todos los colombianos, en igualdad de oportunidades, por medio de la educación permanente y la enseñanza científica, técnica, artística y profesional en todas las etapas del proceso de creación de la identidad nacional. La cultura en sus diversas manifestaciones es fundamento de la nacionalidad. El Estado reconoce la igualdad y dignidad de todas las que conviven en el país. El Estado promoverá la investigación, la ciencia, el desarrollo y la difusión de los valores culturales de la Nación”. Por fortuna, la Cultura en su esencia es la vida misma de la comunidad, del individuo involucrado en la perspectiva del grupo social del cual procede; porque lo que pretende la carta magna dista de la realidad, sin acometer contra el esfuerzo y el trabajo que adelantan el Ministerio de la Cultura, autoridades departamentales y municipales, y las Casas de Cultura locales; esa promoción y fomento se debe más al trabajo de organizaciones no gubernamentales y fundaciones de carácter cultural y artes; así como a personas que no se rinden en su aspiración de trascender como componente de un grupo social, que tiene implícito un canto, un lenguaje, unos hábitos, tan propios, que merecen perdurar de generación en generación. En la Guajira, como en la mayoría de poblaciones de Colombia, se realizan celebraciones folclóricas y religiosas, respondiendo al sentir en un momento dado, de un reducido grupo de personas de una comunidad, preocupado por que no se pierdan las costumbres ancestrales, los diversos géneros musicales, los cuentos, creencias religiosas y míticas… La compilación histórica abunda por doquier, y ello favorece el derecho de participar en la cultura, o por lo menos de conocerla cuando ya no se convive con ella, o se ha transformado, o ese fenómeno de aculturación resultó dominando y opacando lo que se creía inmarcesible. Merecen una exaltación aquellos que promueven la Cultura contra viento y marea, sin recursos, con su voz escuálida, son capaces de gritar el ser y querer de los pueblos, con gobierno y sin gobierno, se deciden a materializar por su cuenta y riesgo, una función que le ha endilgado al Estado, La Declaración Universal de los Derechos Humanos, El Pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, entre otros instrumentos normativos del derecho internacional. Este derecho a participar de la cultura, debería ser gratuito en todas sus dimensiones, como se ha “procurado” con la educación, sin el nuevo concepto VIP, siglas que en inglés significan Very Important Person (Persona Muy Importante) que resulta excluyente y lo convierte en un derecho para privilegiados a propósito de ciertos festivales, eventos culturales y artísticos que lo promueven.

ARTE Y CULTURA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ: “El arte triunfa ante la hecatombe de la guerra, no sucumbe al dolor y genera esperanza.”

ARTE Y CULTURA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ __________________________________________________________________________________ Ponente: Maira Hinojosa Conversatorio “Arte y reconciliación: lugar, aportes y responsabilidades de las artes en el postconflicto” __________________________________________________________________________________
A lo largo de la historia, los conflictos bélicos de gran envergadura han influenciado el modo en que aparece las expresiones artísticas; pero la segunda guerra mundial es quizás la que más generó un mayor impacto en la forma de abordar la reflexión del conflicto, muestra de ello la conformación de las Naciones Unidas y el viraje del derecho internacional humanitario o derecho de guerra. Antes de la 2ª guerra mundial en Europa habían surgido gran cantidad de corrientes artísticas, desde la primera mitad del siglo XIX, que buscaban renovar y transformar el arte tradicional que había persistido por siglos, éstas encontraron obstáculos en los regímenes fascistas. El denominado “Arte degenerado” en Alemania, fue ridiculizado y desdibujado, incluso sancionado; en el año 1937, se montó una exposición que viajó por varias ciudades, de Alemania y Austria con el único fin de desacreditar a los artistas. Se les tildaba de “productos enfermos de locura, la impertinencia y la falta de talento”, entre ellos Pablo Picasso, Edvard Munch, Max Chagall. Pero pareciera que aquellas obras estigmatizadas de mediocridad, querían manifestar el caos y los horrores de la guerra, que más tarde la humanidad comprendería y reprocharía. La 1ª y 2ª guerra mundial, los más grandes conflictos de nuestra historia reciente resultarán para algunos historiadores el mismo, que se postergó por casi una década, cuyo resultado sería, destrucción, pérdidas humanas en grandes proporciones, que no solo ocurrieron en el campo de batalla, sino en los campos de concentración; también surge una forma de pensar nueva, el arte logra un gran esplendor, destacan obras como “El Osario” de Pablo Picasso, en 1945, del pintor esloveno, Zoran Music, apresado en 1944 y conducido a un campo de concentración al que sobrevive, la colección “ No somos los últimos”, que representó escenas escalofriantes jamás vistas, de cadáveres, personas ahorcadas, las cuales exhibió después de 25 años. Los artistas eran perseguidos por los Nazi, en su ocupación a Paris, la mayoría emigraron a Estados Unidos de América, surge entonces el expresionismo abstracto, uno de sus principales impulsores fue J. Pollock. El nuevo continente seria el albergue de los artistas perseguidos. El Dadaísmo y el surrealismo echan raíces en la entreguerras, se trata de obras opacas, especialmente en la pintura, Jean Fautrier (1898- 1964) podría decirse el mejor artista que encarna las heridas de la guerra. El existencialismo y la fenomenología, surgen del malestar y el desastre de la guerra, el feísmo, despliega la crítica a ese arte humanista de antes de la guerra. Artistas como Joan Miró, Wols, Henri Michaux (belga) exploraron culturas no occidentales, al arte primitivo, el efecto de las sustancias alucinógenas, buscando un significado opuesto al pensamiento europeo. Apartándonos de Europa y las guerras mundiales, no sorprende un titular como, “Colombia: la violencia como materia prima de las artes”, nuestra historia permeada de violencia desde la conquista española, proporciona una tristísima materia prima para la literatura, el cine, las artes plásticas, el teatro. La muerte, el miedo, el dolor son en sí mismos un género. García Márquez, José Eustacio Rivera, Fernando Vallejo, Darío Jaramillo, Laura Restrepo, lo manifiestan en sus obras literarias, Alejandro Obregón, Fernando Botero, Devora Arango, en las artes plásticas, poetas, músicos no escapan a esta fuente de inspiración. El jurista Hernando Valencia Villa, dice que el impacto de la violencia política en la letras y las artes ha sido desigual “mientras en la narrativa y el teatro existe una tradición significativa de obras relacionadas con la violencia bipartidista (1948-1964) y el conflicto armado interno (1964- 2016) en la plástica y la música no se advierte una resonancia comparable” tal concepción apunta a la adaptación de cierta manera de la sociedad colombiana, se ha “anestesiado” al conflicto. Insiste Valencia que este distanciamiento moral no ha sido solo un mecanismo de adaptación y supervivencia, sino también una forma de colaboracionismo y complicidad con la barbarie. La literatura colombiana se ha nutrido de la violencia, aun en tiempos de paz, como la obra La Vorágine, previa a la guerra partidista, criticada por García Márquez en su juventud, acusables de ser un inventario de muertos, de ahí que cuenta la violencia de otra manera en su novela “El coronel no tiene quien le escriba” y “La mala hora”. ¿Qué hay de la pintura? La más emblemática es “La violencia” de Alejandro Obregón (1962), las acuarelas de Devora Arango, las historias cargadas de muerte de Doris Salcedo, ofrece la posibilidad de descargar tal crueldad. Lo mejor y lo bueno es hacer del arte un refugio cierto contra la barbarie. El teatro, el cine, han tenido el tema presente, filmes como el Canaguaro, es destacable, Cóndores no entierran todos los días, La Milagrosa; también el narcotráfico y el terrorismo abrieron una nueva etapa, con largometrajes como Golpe de estadio de Sergio Cabrera, La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, Rosario Tijeras de Jorge Franco. De suerte para el arte colombiano, respecto de la música no ha surgido una manifestación clara o popular que hable sobre violencia, como si ocurre en México con los corridos prohibidos. En tiempo futuro nuestros artistas tendrán la responsabilidad de mostrar a partir de sus obras como se vive en paz, sin miedo y con esperanza. Los historiadores de contar la verdad de lo que aconteció en Colombia en más de 60 años de violencia. Los actores del conflicto de pedir perdón a las víctimas, y el Estado de garantizar la no repetición de los abominables actos de horror y muerte, así como de tomar decisiones acertadas que propicien la igualdad social y la inclusión. A los jóvenes y niños, levantar la voz para decir que ¡SI! Al proceso de paz. Gritar con júbilo que llegó el tiempo de la paz, porque la paz es un derecho constitucional. Anhelo que la fuente de inspiración de pintores, músicos, literatos, poetas, sea la reconciliación de todos los colombianos, y el perdón me permita darle la mano a los detractores de mí familia. Podría decirse que el arte triunfa ante la hecatombe de la guerra, no sucumbe al dolor y genera esperanza. Por tanto propongo que este sea el lema de nuestra jornada por la paz. “El arte triunfa ante la hecatombe de la guerra, no sucumbe al dolor y genera esperanza.”